martes, 27 de marzo de 2012

Suerte vuelve II... (7)

Una semana después de la fiesta, Alberto empezó a trabajar en la empresa familiar, "Allegra".
Juan, su suegro, le enseñó donde estaría ubicado. Su despacho era pequeño, pero tenía una ubicación excelente, justo al lado de el de su suegro. 

- Trabajaremos hombro con hombro - dijo el hombre.
- Lo estoy deseando ... - contestó Alberto con su falsa sonrisa.
- Bien. Me alegro. Te presento a Carmen. Ella será tu secretaria - le dijo mientras Carmen se levantaba para saludar a su nuevo jefe.
- Encantada señor.
- Encantado -dijo Alberto sin entusiasmo. Para él aquello era un broma de mal gusto. Siempre había querido tener una secretaria joven y sexy con la que tontear, y en cambio le ponen una señora de casi 50 años.
- Carmen es una de las mejores, quitando a Isabel, mi secretaria. Hablé con Ana sobre cuál ponerte y me recomendó que tenía que tener mucha experiencia, pues como me hizo ver, al principio, tendrá que ayudar en algunas cosas. 
- Ya... - Alberto estaba cabreado. Así que esto tenía que ver con Ana. 


Después de las presentaciones, Alberto y su suegro se fueron al despacho.

- Esta es tu mesa. Me ayudarás con los contratos y las argucias que se inventan, tanto nuestros clientes, como nuestros proveedores. Ahora que tengo un abogado en la familia, tendré que aprovechar - dijo el hombre guiñándole el ojo.
- ¿Jordi nunca quiso trabajar aquí?
- No. Nunca. Cuando se quiso casar con Ana le ofrecí este puesto. Es un puesto de confianza que no le doy a cualquiera. Así que quién mejor que él... Pero lo rechazó. Le dijo a Ana que estaría encantado en ayudarme en lo que necesitara, pero él quería labrarse su futuro sin ayuda.

Alberto se quedó sorprendido. Vaya panoli, pensó.

- Gracias por confiar en mi - dijo Alberto.
- Vas a ser mi yerno. Así que serás de la familia. Quiero que aprendas todo lo necesario, para que cuando yo decida que es momento de jubilarme .... - Alberto ansiaba las palabras soñadas, que él se quedara al mando - mis hijos puedan llevarlo todo con tu ayuda.
- ¿Hijos? - Alberto estaba furioso. Ana tenía hermanos y no lo sabía.
- Sí, bueno, solo tengo a Ana, pero mi sobrino Alex es como mi hijo.- El hombre se sentó para explicarle la historia, aunque Alberto solo pensaba en ese sobrino dichoso que tenía la mitad de todo - Mi hermana murió hace años. Alex tenía solo 12 años. Su padre entró en una profunda depresión y no podía hacerse cargo ni de sí mismo. Así que me lo traje. No podía dejar que viviera una vida injusta. Así que desde entonces está bajo mi techo, es como un hijo para mí y un hermano para Ana. Lo conocerás dentro de unos días, cuando vuelva de la universidad. Por eso quiero que ellos lleven mi negocio y todo con tu ayuda. 
- Claro señor. No se preocupe. Tanto Alex como Ana lo harán de maravilla - Alberto se esforzaba por sonreír, pero la mueca que enseñaba no tenía nada que ver con la sonrisa.

El resto de la mañana se la pasó en el despacho, colocando las cosas, y empezando a leer contratos en su nuevo trabajo. 


Ana por su parte estaba en la piscina con su madre. Desde que volvió no había dicho nada de volver a su antiguo puesto. 
- Hija. ¿Vas a volver a tu trabajo? 
- La verdad, mamá.... Es que no. La última vez que llamé estaban aliviados por que les dije que tardaría en volver. He pensado que puedo centrarme en otras cosas.
- Como por ejemplo...
- Lo primero es que quiero preparar toda la boda. Ya que la primera no hice nada, pues no estaba segura de casarme, quiero que esta sea especial.
- Gran boda.
- No. No quiero como aquella, no quiero cerca de 1000 personas ese día. No lo soportaría otra vez. Solo quiero los más allegados. 
- Estupendo.
- Tengo más o menos todo pensado. Ya lo hablaremos cuando fijemos la fecha. Ahora será mejor que descansemos. 
- Sabes que tu padre no te va a dejar descansar mucho tiempo. - dijo su madre mirándola. - Si tiene a Alberto en la empresa es por ti, así que será mejor que os caséis pronto. 
- Ya lo sé mamá. Pero antes de poner fecha, creo que tendría que conocer a mis suegros. 

La mañana de las dos mujeres estuvo acompañada de sol, martini y piscina. Mientras se ponían al día de todo lo que había pasado en sus vidas durante aquellas semanas. 
La madre de Ana era muy cotilla con su hija. Nunca había pensado que Ana se pudiese enamorar, dejar a Jordi y hacer todo lo que hizo. 
Sabe que tendría que estar disgustada, pero no veía tan feliz a su hija desde hacía ya, demasiado tiempo.



A media tarde los dos hombres llegaron a la casa. Sus mujeres se estaban preparando para salir a cenar. Los padres de Ana tenían una cena benéfica y ahora que Alberto era el abogado principal de la familia y los negocios debía ir con Ana a esa misma cena. 
Cuando Alberto llegó Ana notó que pasaba algo. 

- ¿Qué te pasa? ¿Estás cansado? - dijo Ana
- ¿Tan poco te fías de mí? 
- ¿Perdona? - Ana no entendía a qué venía esa pregunta.
- Me has elegido hasta la secretaria. - Alberto estaba furioso.
- Ummmmm... creo que te equivocas. Yo no he elegido nada. Mi padre me preguntó y le dije que lo mejor era que tuvieras a alguien experto en lo que vas a hacer, por si necesitas ayuda. Si no te gusta la que te ha puesto, pide tú mismo otra secretaria. 
- ¿Ya está? Así de fácil... - dijo Alberto sin llegar a confiar.
- Sí. Es fácil, pero tendrás que explicarle a mi padre que tienes problemas con el sexo femenino y lo que tienes entre las piernas, por que no sabes controlarlo. 
- Ya te he entendido.
- No. Parece que no - Ana se levanta del tocador, con la brocha de maquillaje en la mano. - Me hiciste una promesa - dijo apuntándole con la brocha - y parece que no tardas ni una semana en intentar romperla. 
- Eso no es verdad.
- Sí lo es. Y no te hagas el ofendido. Gracias a mi vas a tener la vida que siempre quisiste. Así que no te quejes. Ahora - dijo mientras volvía a sentarse en el tocador - dúchate que te sacaré el esmoquin. 

Alberto se fue medio enfadado y medio frustrado al baño. Sabía que Ana tenía razón, pero él querría haber elegido su secretaria. Era una fantasía que siempre había tenido. 



Aquella noche todo salió a pedir de boca. Alberto empezó a relacionarse con las altas esferas de la ciudad y del país. Juan se dedicó a ir con él, presentándolo como su futuro yerno. Alberto se encontraba como pez en el agua y disfrutó en todo momento. 

- Bueno hijo... - dijo el padre de Ana - Ahora que estamos solos, tengo que hacerte una pregunta.
- Claro Juan. Dispara - Alberto estaba eufórico y en ese momento hubiese hecho cualquier cosa que le pidiese.
- Quiero que fijes una fecha para la boda. 
- Ya.... - Alberto perdió la sonrisa - es que su hija no conoce todavía a mis padres y ustedes tampoco.
- Lo sé. Pero este fin de semana, podrías ir a verlos y si quieres, ponéis la fecha y miramos de cuando hacer la pedida en toda regla. Quiero que sea una fiesta sonada. 
- Claro... Hablaré con su hija.
- Perfecto - dijo mientras tomaba una copa de vino - Por cierto, mañana conocerás a Alex. 


Cuando llegaron a casa estaban exaustos y cansados, pero Alberto quería hablar con Ana sobre lo que su padre le había comentado. 

- Tu padre me ha pedido que fijemos la fecha de la boda. ¿Tienes algo que ver?
- No - dijo Ana contundentemente mientras se sentaba en la silla -. Yo no le he dicho nada. Pero la verdad, creo que es normal que te lo diga.
- ¿Por qué?
- Fácil. Estás trabajando para una empresa que él ayudó a construir, y en la que pone su amor y empeño. Como comprenderás, no va a confiar en cualquiera. 
- Ya entiendo. Bueno, pues tu padre ya ha dispuesto que este fin de semana vayamos a ver a los míos, le digamos todo y le demos la fecha. 
- Será estupendo. No te agobies.
- No me agobio. Simplemente que pensé que nos tomaríamos tiempo para hacerlo bien.
- Lo estamos haciendo bien. Alberto si no estás seguro dilo ahora - Ana se puso seria - no quiero más malos entendidos entre nosotros.
- Por supuesto. No me arrepiento. Simplemente pensé que esto iría más lento. Debo acostumbrarme. 


Al día siguiente, cuando se despertaron, Alex ya estaba en la casa. Ana al verle se abrazó con él intensamente. Tanto que a Alberto los miró celoso de que aquél hombre tocara tanto a Ana.
- Alex, te presento a Alberto. Mi prometido. - dijo Ana con una sonrisa de oreja a oreja.
- Vaya... mi padre me lo había comentado, pero no podía creérmelo. 
- Encantado. - dijo mientras le estrechaba la mano -. Debo irme, si no llegaré tarde a la oficina. 
- No te preocupes, papá todavía está aquí. Ven a tomar el café con nosotros.

Justamente en ese momento, el padre de Ana, Juan, salía del comedor dirección la calle. Alberto se despidió rápidamente de Ana y se fue con él. 

- Bueno, ya que tu hombre se ha marchado, desayunaremos nosotros. 
- Me parece una idea estupenda -. Dijo Ana - ¿Qué tal los amores?
- Nada. Estoy soltero Patrick me ha dejado.
- ¡¿Qué me dices?! - dijo Ana mientras se sentaba en la mesa.
- Sí. Conoció a Paul y decidió que lo suyo era más bonito que lo nuestro.
- No me lo puedo creer.
- Yo tampoco. Le había dado mi corazón. Los hombres son unos... - Alex estaba poniéndose rojo de la rabia.
- ... Cabrones. Lo sé. - dijo Ana mirando el café.
- Ana, ¿estás bien? - dijo Alex cogiéndole de la mano -. Deberías estar eufórica, te has prometido con Alberto. 
- Lo sé. Pero no sé si saldrá bien. No sé si se podrá atar a mi toda la vida. 
- Pero ahora que has conseguido tu objetivo. Ahora que por fin te lo ha pedido. Ya sabes. Átalo en corto. No hagas como yo.
- Lo intento,pero tampoco quiero que salga corriendo. 
- Le has hablado del contrato prematrimonial.
- ¡No! - Ana empieza a reírse. - Sé que eso va a llevar a una pelea gorda. Así que se me ha ocurrido que como este fin de semana voy a conocer a mis suegros, de vuelta se lo cuento. 
- Bueno... tú sabrás. - dijo Alex cogiendo una tostada. - Reconozco que pareces otra. Ya no estás tan seria. No vistes solo de negro y tienes un color diferente. Parece que este hombre te sienta bien.
- Sí. Hace tiempo que no me sentía tan llena de vida. Él me está ayudando, por eso necesito que esto salga bien. 
- No te preocupes. Para eso estoy aquí. Papá quiere que esté con ellos en la empresa. Podré vigilarlo. - dijo mientras le guiñaba un ojo. - Las arpías, ¿ya lo conocen? 
- Por supuesto que no. No me fío de ellas y tampoco de él. 
- Podríamos hacer una fiesta. Invitar a todos nuestros amigos...
- Sabes que yo no tengo amigos - le interrumpió Ana.
- Sí tienes. Las arpías y mis amigos te adoran.
- No lo creo, pero gracias por los ánimos. 
- ¡Venga!, será divertido. La preparo para mañana por la noche.
- Está bien. Pero que sea aquí. En el jardín. Así si me agobio puedo desaparecer rápidamente. 
- Claro, claro. Ningún problema. - Alex ya estaba haciendo la lista de invitados mentalmente. 

5 comentarios:

  1. ¡¡Pati me encanta!!

    Ha sido un episodio de calma tensa. Va a pasar algo, lo sé. Reservas lo mejor para que el momento sea más espectacular. Es genial de verdad.

    Bueno, bueno, pues esperaremos a "la fiesta" a ver que pasa. Por cierto hay que ir de etiqueta o puedo ir "informal" jajajaajaja.

    Esperaré al siguiente capítulo como una buena lectora y fan tuya, con muchas ganas de saber más. Repasando este capítulo destaco el comentario "Yo no tengo amigos. No es verdad, tienes a las arpías". Sensacional. Muy ácido.

    ¡¡Enhorabuena noieta!!

    A seguir así. Tus incondicionales te seguimos siempre.

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    Respuestas
    1. Tú sabes que puedo ser ácida y puedo ser dulce. En este momento la acidez ayuda, jejeje. Ya sabes que no es oro todo lo que reluce y ciertas personas te clavan puñaladas.
      Las arpías son perfectas para ello. Ya lo verás!!!

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    2. Desgraciadamente si es verdad que no es oro todo lo que reluce. Cuanto más cercana es la persona más duele la puñalada. "Incluya una arpía en su vida (pero manténgala a una distancia prudencial)". Todo un best-seller. Eeei, la acidez y la dulzura son necesarias a partes iguales.

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  2. ¡¡¡A mí también me ha gustado esa frase!!!

    Ahora: Fiestaaaa^^^^

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