martes, 28 de febrero de 2012

Suerte vuelve II...(1)

Ana estaba en el juzgado. Todo había ido bien, la cantidad era un poco alta, pero ella se encargaría de pagarla. Alberto, en un principio, quiso rechazar el dinero, pero sabiendo lo que le podía pasar, dejó que Ana se encargara de todo.

Después de depositar el cheque salió a la calle. Diez minutos después Alberto salía por la puerta. Cuando la vio la abrazó:
- Gracias Ana. Gracias por todo. Siento que hayas tenido que ser tu la que me saque de este lío.
- No te preocupes - Ana quería que él estuviese bien. No lo quería reconocer, pero nunca se olvidó de él. - Ahora lo importante es que descanses. 
- Sí, pero no puedo volver al hotel. Además no tengo nada, no tengo cómo pagar, no tengo ropa,...
- Por eso no te preocupes. No pienso dejar a un amigo en la estacada. Te ayudaré. Lo primero será buscar un hotel. - Entraron en un hotel en el centro de la ciudad. No le faltaba detalle, Ana no escatimaba en gastos. 
- Este es muy caro. No puedo permitírmelo. - Alberto quería quedarse en ese hotel de lujo, quería descansar, reponer energías, olvidar lo pasado. Pero no quería que se le notara la desesperación del momento. 
- No te preocupes por el dinero. Por suerte no será problema. - A Ana no le importaba, solo quería ser su salvadora.
- Gracias por todo.


Después de coger habitación y dejar a Alberto en el hotel descansando, decidió ir al suyo. Tenía que pensar en qué seguir haciendo para retenerlo. Quería que él se diera cuenta de lo que ella valía. 
Cuando llegó pidió hablar con el director del hotel. Le pidió poder recoger las cosas del señor en cuestión, para hacérselas llegar. Por supuesto ya habían recogido las cosas de Alberto. Estaban en un pequeño despacho, dentro de bolsas de basura. Sin pensarlo, ella las cogió y las llevó a su habitación.  Alicia le había llamado dos veces. Pero Ana no podía hablar con ella. En ese momento solo estaba concentrada en Alberto y que todo saliera bien. 

Después de colocar la ropa de Alberto se fue a la tienda del hotel, donde vendían unas preciosas maletas de viaje, semi duras, de color negro. Compró las tres que iban juntas. Así Alberto podría guardar todas sus cosas sin problemas. 
Mientras estaba esperando que se las colocaran, Ana vio pasar a Alicia por el hall del hotel. Rápidamente se escondió detrás de un maniquí para que no la viera. 
Sabía que si Alicia la veía querría saber dónde había estado y ella no quería mentirle.... aunque tampoco quería confesarle la verdad.

Subió a su habitación sin pararse en ningún sitio. Corrió desde el ascensor hasta la puerta 540, sacó la tarjeta, y entró. Respiró tranquila al sentirse a salvo de su amiga

Cuando se calmó llamó al hotel de Alberto. Éste le explicó que había estado durmiendo y que el descanso le había sentado de maravilla. Ana le dijo que tenía todas sus cosas y que se las iba a llevar. 

Alberto sabía que Ana seguía colgada por él. Era demasiado evidente. 
Al principio, cuando pasó lo de Sylvie, pensó que sería bueno reconciliarse con Alicia, pero viendo la reacción de esta en la comisaria desistió de intentar acercarse a ella. Durante los, casi, dos días, que estuvo encerrado Alberto pensó en cómo salir de allí. Él quería volver a casa. Se refugiaría en casa de sus padres durante un tiempo y  en ese momento apareció Ana como caída del cielo. 

Él siempre había utilizado a las mujeres. Ana no había sido diferente. 
Cuando la conoció, él y su mujer no pasaban un buen momento. Los trabajos los tenían absorbidos, y Alberto se aburría soporíferamente. Cuando por fin se veían, en vez de divertirse, ella no paraba de hablar de trabajo. En un fiesta, organizada por un compañero del bufete conoció a Ana, la mujer de Jordi, el amigo "escudero" de Alberto desde aquel momento.
Al ver a la pareja, supo que allí pasaba algo extraño. Pues no entendía como un monumento de mujer como ella estaba con un pánfilo como Jordi. Ana era alta, morena, vestía impecable, era recta, concisa, perfecta. En cambio Jordi, era un buen hombre, pero nadie le tomaba en serio, y siempre era el que cargaba con los peores casos. Alberto había sido uno de los que se había aprovechado de la buena fe de aquel hombre muchas veces.

La siguiente vez que se volvieron a ver fue por casualidad. En la calle. Ella estaba comiendo en la terraza de un restaurante. Sola. Leyendo el periódico. Él pasó por delante, al volver de los juzgados. Cuando la vio fue a saludarla. Ana se sobresaltó, pues no esperaba a nadie. Pero él, con su mejor sonrisa, le recordó quien era. Y justo después ella le invitó a comer. 
En un principio hablaron de trabajo. Pero pronto pasaron al terreno personal. Alberto no se pudo resistir a preguntar qué hacía con un hombre como Jordi. Ana le respondió de la mejor manera: - Para que mi familia me dejaran en paz llegamos a un acuerdo y me casé con él. Ahora puedo dedicarme 100% a lo que quiero, sin dar explicaciones a nadie.

Alberto se quedó muy sorprendido con la frialdad de sus palabras. Se fascinó por ella y quiso impresionarla, así que al día siguiente le mandó un ramo de rosas rojas, a la oficina, para darle las gracias, por la comida. Ana ni se inmutó. Le regaló las rosas a su secretaria y volvió al trabajo. 
Como Alberto no recibió ninguna llamada por las flores pensó que la mujer era más fría de lo que él pensaba, pero necesitaba verla otra vez. 

La primera vez que hubo algo fue durante la fiesta del bufete. Alberto había ido solo. Alicia y él se habían peleado, por que ella no paraba de traer trabajo a casa, o de no venir a dormir. No tenían intimidad y eso a Alberto le mataba. Cuando quiso que ella se diera cuenta, ella le chilló por no entender que su trabajo le absorbía. Una cosa llevó a la otra y decidieron que sería mejor que Alberto fuera solo aquella vez (y muchas otras, pensó él, en ese momento).

Ya había tenido un par de escarceos con mujeres. Clientas despechadas por que sus maridos las habían abandonado por sus secretarias, o por mujeres más jóvenes. Pero Ana era diferente. Ella no era una mujer desvalida, ella era algo más. Era fuerte, segura de sí misma. No le importaba los sentimientos. Igual que a Alberto.
Él había tenido problemas en los dos escarceos anteriores. Para él solo era sexo, para ellas fue algo más. Pero por suerte Alicia nunca se enteró. Sabía que con Ana no tendría ese problema. 
Las semanas anteriores a la fiesta se había acercado, más que de costumbre, a su amigo Jordi. Habían ido a comer, y en una de ellas vio su punto débil. La bebida. Era un borrachín empedernido. Pero lo mejor es que se le soltaba la lengua cuando bebía. El primer día no le dijo mucho. Pero para Jordi fue importante, pues pidió que no dijese nada en la oficina. La segunda vez fue más interesante, Jordi ya confiaba en él.
Se pusieron a hablar de sus mujeres y Jordi no tardó mucho en contarle el gran secreto de su matrimonio. Ana no quería a nadie. Solo lo utilizaba en momentos importantes. Los dos tenían el trato de acostarse con quien quisieran y no harían preguntas sobre ello. 
A Alberto se le abrió el cielo con aquella confesión. Jordi, si se enteraba, no podía decirle nada. Alicia no se enteraría, pues estaba demasiado inmersa en su trabajo perfecto, en sus modelitos perfectos y en hacerle la vida imposible a sus trabajadores.

La noche de la fiesta. Ana llegó espectacular, con un vestido negro de tafetán, que le marcaba su espectacular silueta. Las mujeres cuchicheaban a su paso, de la envidia. 
Cuando Jordi desapareció, Alberto llevó una copa de cava a aquella mujer. Ana le sonrió fríamente y cuando quiso darle las gracias, Alberto había desaparecido de su lado. Ella se quedó desconcertada. 
 Durante un largo rato, Ana estuvo en una mesa, sola, mirando su blackberry, mientras su marido le hacía la pelota a sus jefes. Pero Jordi no se desenvolvía con suficiente soltura. Ana lo miraba de reojo... En ese momento, Alberto fue en su ayuda. Intentó que lo vieran como un buen trabajador. Alberto tenía carisma, don de gentes. Cuando empezaba a hablar todo el mundo se callaba y le seguía. 

Ana lo reconoció enseguida. Dejó su blackberry a un lado y escuchó como se camelaba a todo el personal allí presente, vendiendo a su marido, Jordi, como el mejor trabajador que había pasado por el bufete en años. Después de aquello Ana empezó a mirarlo con otros ojos.

Jordi quiso marcharse pronto de la fiesta, pero Ana y Alberto habían comenzado una conversación interesante y ella no quería irse. 

- Si quieres márchate. Llévate el mercedes. Yo me quedo con Alberto. Estamos hablando de algo importante, y quisiera terminar esta conversación. Nos vemos en casa.
- De acuerdo cariño.
- Ya te he dicho, que no me llames así. Denota flaqueza. Sé fuerte. 
- Como guste mi mujer - dijo Jordi con sorna. - Nos vemos en casa. Buenas noches a todos.

Ana no se enteró pero Jordi sabía que ella no querría marcharse, cuando se apasiona por un tema o una persona él desaparece. 
Gracias a las palabras de Alberto, Jordi había impresionado a más de una secretaria. Una de ellas le invitó a su pequeño apartamento, para tomar la última copa y él accedió, sabiendo que su mujer no sabría nada. 

Ana por su parte celebraba que su marido se largase a casa. Ella quería pasar el resto de la velada con Alberto. Un hombre a su altura y estatus. Un hombre que no se deja llevar por los sentimientos, si no por los negocios y el placer. Nada más. 

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Después de meter todas las cosas de Alberto en las nuevas maletas, llamó a recepción y pidió un taxi. Aquella tarde-noche la pasaría con él. Dejó un recado a Alicia en su habitación. 
Alicia se pensó que se habría marchado con su nueva conquista. Así que cenó sola y se quedó descansando en la habitación, mientras pensaba la manera de no perder todas sus propiedades.

Ana se dirigió al hotel de la ciudad. Alberto le abrió la puerta con solo una toalla alrededor de la cintura.

- Hola Ana. Pensé que vendrías más tarde - mintió Alberto -, me has pillado saliendo de la ducha.
- No te preocupes, si quieres te espero en el bar del hotel.
- No seas tonta. Pasa y espérame mientras me cambio.- Alberto hacía que se secaba la cabeza con la toalla, aunque en realidad, llevaba más de media hora esperando con solo la toalla, para poder seducir más fácilmente a Ana. - Menos mal que me has traído la ropa. El descanso me ha ido muy bien. La verdad es que la cama, si se le puede llamar así, donde he dormido estos días, era nefasta.
- Bueno, por suerte, no tienes que volver a dormir allí.
- Sí. Y todo gracias a ti. Si tu no pagas la fianza, aún estaría allí dentro. 
- Mejor no pensarlo - Ana intentaba disimular, pero sus ojos no paraban de mirarle la "tableta de chocolate" a Alberto. - ¿Por qué no te cambias? He pensado que podríamos ir a cenar y así te despejas un poco y me cuentas que vas a hacer.
- Sí, claro. A ver si puedes ayudarme a decidir qué hacer.

Alberto, por supuesto, sabía que era lo que quería hacer. Ana era su presa y, esta vez, no sería tan tonto como para dejarla escapar.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡Has vuelto!!!

    Y de qué manera, si señora :-) Me encanta. La historia continúa. Una tenía mono (no solo yo seguro).

    También han vuelto esas ganas de
    saber más y más. Aunque también ha
    regresado ese momento tan especial que sabes crear: en lo mejor de lo
    mejor, "próximamente más".

    ¡F-E-L-I-C-I-D-A-D-E-S!

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  2. UY! Volvemos pero con la mente de Ana! interesanteee^^

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