Ana estaba en el juzgado. Todo había ido bien, la cantidad era un poco alta, pero ella se encargaría de pagarla. Alberto, en un principio, quiso rechazar el dinero, pero sabiendo lo que le podía pasar, dejó que Ana se encargara de todo.
Después de depositar el cheque salió a la calle. Diez minutos después Alberto salía por la puerta. Cuando la vio la abrazó:
- Gracias Ana. Gracias por todo. Siento que hayas tenido que ser tu la que me saque de este lío.
- No te preocupes - Ana quería que él estuviese bien. No lo quería reconocer, pero nunca se olvidó de él. - Ahora lo importante es que descanses.
- Sí, pero no puedo volver al hotel. Además no tengo nada, no tengo cómo pagar, no tengo ropa,...
- Por eso no te preocupes. No pienso dejar a un amigo en la estacada. Te ayudaré. Lo primero será buscar un hotel. - Entraron en un hotel en el centro de la ciudad. No le faltaba detalle, Ana no escatimaba en gastos.
- Este es muy caro. No puedo permitírmelo. - Alberto quería quedarse en ese hotel de lujo, quería descansar, reponer energías, olvidar lo pasado. Pero no quería que se le notara la desesperación del momento.
- No te preocupes por el dinero. Por suerte no será problema. - A Ana no le importaba, solo quería ser su salvadora.
- Gracias por todo.