jueves, 26 de enero de 2012

Suerte vuelve...(12)

Allí estuvimos las dos. Esperamos largo rato hasta que por fin pudimos ver algo. No me lo podía creer, aquellos dos se pelearon en medio del hall del hotel. Todo el mundo los miraba, observaban y escuchaban las borderías que se decían el uno al otro. No me lo podía creer. Ana solo hacía que reírse, pero siendo sincera, a mi no me hizo gracia, me dio pena ver ese percal ahí en medio. Eso sí, no me dio pena por lo que peleaban.

Alberto le chillaba desesperado, mientras ella intentaba escapar de la situación bochornosa. Él le recriminaba sus escapadas matutinas de compras. Le gritó por todo lo que gastaba y ella le contestó, a voz en grito, que podían permitírselo. ¡Que poca vergüenza!, con mi ¡dinero!

No se podía caer más bajo, ¿o sí?, en plena discusión ella se puso a llorar. La gente no quitaba ojo, parecía todo un culebrón. Le recriminó la poca confianza que tenía en ella. Él se ablandó (gilipollas redomao) y la abrazó.

- Lo siento amor. Me he turbado.
- No te entiendo
- Déjalo. Perdóname. No tendría que desconfiar de tí.



Después se dieron un largo y sinuoso beso, acompañado por los aplausos de algunos de los asistentes. Fue bochornoso, a la par que romántico. Después de ese pequeño incidente nos trajeron la comida. Ana me contó lo bien que se lo había pasado haciendo de espía. Poco a poco su traición me supo a menos. Pensándolo en frío, tenía razón. En ese momento, no éramos amigas. Yo a ella tampoco la soportaba. Y su marido, si fuese más espabilado, creo que me lo tiraría. Si la llamé en ese momento fue, por que su marido es amigo del mío y podía ayudarme y también, por que no conozco a nadie como ella, con esa seguridad, esa fuerza.
Sentí que el perdón había llegado, una tarde le pedí que me diera tiempo para olvidar. Pero gracias a todo lo que hacía me fui calmando.

- Cambiando de tema - le dije - ¿qué tal con tu amigo?
-¿Quién?
- El chico de la recepción?
- ¡Ah!, el semental.
- ¿Perdona? - primero la bochornosa pelea y ahora mi amiga soltaba esa palabra en medio del restaurante sin ningún pudor. Pensé: tierra trágame. Por supuesto, me puse roja, pero no como un tomate, si no como un bogavante.
- ¡Alicia! - se puso a reír - no te escandalices. Tú también deberías probarlo. Ya sé que ahora no nos podemos permitir distracciones, pero podrías darle una alegría al cuerpo, de vez en cuando.
- Sí. Lo sé. Pero no me llama...
- Por que no conoces al hermano de mi semental. Tiene un gemelo - las dos nos miramos y nos reímos a carcajadas. - Podríamos cambiárnoslos, si nos apetece. 
- Eres un poco bruta.
- Quita lo de poco. Soy bruta, pero me da igual.

Después de aquella maravillosa comida, que me sentó fenomenal, fuimos a la piscina. Trazamos un plan para que Alberto se diera de bruces con la francesa.

- Creo que me lo voy a pasar en grande. Será fabuloso - dijo Ana -. Creo que le pediré a mi semental que me lleve, así él podrá "ayudarme".
- Céntrate. Será lo mejor.
- De acuerdo, pero me centro si tu esta noche te vienes con nosotros, y su hermano a tomar unas copichuelas.

No podía decir que no. Mi cuerpo ardía en deseos de tener un hombre cerca, de sentir caricias, alagos, besos, el peso de un cuerpo encima del mío. 
- De acuerdo, pero volveremos pronto. 
- ¡Claro!, si quieres no salimos ni del hotel. 

Por la noche me preparé para la salida. Como era en el hotel, me vestí en plan playera. Menos mal, pues nos fuimos a la playa, después de desvalijar algunas cosas de la cocina del hotel. Resultó que era verdad y el semental tenía un hermano. ¡Dios! era como.... lo siento, no puedo describirlo. Era perfecto. Nos sentamos en la arena, cerca de la orilla. Los chicos pusieron la bebida dentro de un agujero de arena, para mantenerla fría. Mi chico y yo estuvimos hablando. Ana no. Ana y su semental se pusieron en faena. Solo un poco de magreo. Eso hizo que le pidiera a mi acompañante ir a pasear. 
Era un momento romántico, pero mi cabeza no estaba allí y él lo notó. Me preguntó por mi problema (por lo visto su hermano se lo había comentado). Le expliqué algo, aunque en pequeñas pinceladas. Me daba vergüenza reconocer ciertas cosas. 
En el momento más sensible de la historia, se acercó y me besó. ¡Que beso!, apoteósico. Aunque terminó rápido pues Ana y su "amigo" nos llamaron. Jugamos a no sé que juego de beber. Yo siempre perdía. Bebí mucho y tengo momentos borrosos en mi mente. Pasamos unas horas divertidas. Aunque no recuerdo mucho más. Solo sé que mi nuevo amigo me llevó a la habitación y allí me metió en la bañera, me dejó un rato con el agua fría, para despejarme. Me fue genial. Pues ese momento debajo del chorro de agua me hizo sentir que no podía desaprovechar ese momento. 
Salí del baño, semidesnuda y me acerqué a aquel Dios griego que había caído del cielo. Los dos sabíamos que después de esa noche no habría nada más. Disfrutamos al máximo del momento y menos mal que lo hice. Pues me dormí descansada y satisfecha. Llevaba mucho tiempo sin sentir aquello y fue toda una liberación.

A la mañana siguiente, cuando me desperté me encontré una nota. 
"Lo siento, tengo que marcharme. He de ir a trabajar. Espero volver a verte algún día. Besos"

Estaba en una nube, pero una llamada de Ana me hizo bajar a la tierra de un golpe.
- Vístete y baja al hall. Creo que tenemos un problema. 

Sin pensarlo bajé corriendo. 
- ¿Qué pasa? - le pregunté
- Creo que se ha marchado.
- ¿Quién? ¿Alberto? - no me lo podía creer. Se habían ido y no nos habíamos enterado. 
- No. Él está aquí. 
- ¿Entonces?
- Ella. Ella se ha marchado.
- Pero volverá con nuevas compras. 
- No lo creo. - Ana estaba muy nerviosa, andaba de un sitio a otro. - No sé como decirte esto. 
- Pues con palabras. Como si no. 
- Por lo visto esta mañana ella ha venido con tres maletas al hall. Ha pagado la cuenta del hotel y ha pedido que no despertaran al señor hasta las 12 que tiene que dejar la habitación. 
- ¿Por la mañana?
- Según me he enterado ha sido sobre las 8 de la mañana. 
- Entonces.... - mierda, mierda, mierda, pensé -. ¿Dónde está Alberto?
- Han tenido que llamar a la policía. Cuando se ha despertado ha empezado a romperlo todo en su habitación. La gente se quejaba del ruido y han llamado a la policía. No me he podido enterar de mucho más. Pero sé que se lo han llevado. 

¿Qué habría pasado? ¿Por qué se había ido? ¿Se había llevado todo el dinero?

Ana pidió a su semental que nos llevara hasta donde lo habían llevado. En 15 minutos llegamos. Entré en la comisaria y pregunté por él. No quisieron decirme nada. Entonces saqué la única baza que servía en estos casos.
- Perdone agente. Es mi marido. 

Por supuesto el policía se quedó atónito. Comprobó que era cierto y me dijo que lo habían detenido por destrozar la habitación del hotel donde estaba alojado. Pregunté el por qué de aquello, pero el guardia no quiso responderme. Me pidió que esperara en una sala adyacente. Lo traerían de los calabozos para que pudiésemos hablar.
En unos minutos, que se me hicieron eternos, trajeron a Alberto. Estaba destrozado y cabizbajo. No quería mirarme a la cara. Ahora se avergonzaba. 

- Lo siento Alicia.
- ¿Ahora lo sientes? ¿porqué lo sientes? - no estaba dispuesta a perdonar, no estaba dispuesta a olvidar. Eso no, claro que no. Después de lo pasado se quedaría ahí, pudriéndose.
- Siento que me veas así. Siento lo que pasó con nosotros. Siento no haberte creído. Siento lo que te hice pasar. 
- Me da igual todo lo que sientes. Me da igual que te duela. Me da igual si estás sin nada.
- Pero.... - Alberto estaba anonadado.
- ¿Qué crees? - le pregunté -. Ahora que estás en apuros crees que te voy a ayudar. ¿Crees que te sacaré de esta?
- Soy tu marido.
- Sí. Desgraciadamente. Yo también soy tu mujer. Aunque te fugaste y me dejaste con 10€. Lo has perdido todo.
- Alicia.... - dijo en un susurro.
- Solo he venido para que me digas qué es lo que ha pasado.
- Ayer noche fuimos a cenar con otra pareja. Por lo visto había conocido a la mujer del otro hombre en una tienda y se habían caído bien...
- Me da igual todo eso. Ve al grano. Me haces perder el tiempo. ¿Qué ha pasado? - No quería pasar más del tiempo necesario viendo esa estampa. Mi marido derrotado y viendo lo que se siente cuando te abandonan. Era una escena demasiado grotesca, como para regodearme por ella. 
- Bueno... después de la cena fuimos a una discoteca, o algo así. Allí empecé a encontrarme raro, estaba como mareado, luego como si flotara. Era una sensación extraña. Recuerdo decirle a Sylvie que me llevara al hotel. Después de eso, recuerdo que los tres me trajeron y estuvieron en la habitación. Durante la noche me desperté y Sylvie me contó que estaban haciendo planes para irnos de viaje. Queríamos irnos esta semana, antes de que tu pudieras reclamarme nada. - Estaba atónita. Seguía pensando en dejarme sin nada y ahora me pedía ayuda. Era un cara dura. Que engañada he estado todos estos años. ¿Cómo pudo hacerlo? -. Me volví a dormir. Algo me sentó mal. Esta mañana me desperté. Estaba solo en la habitación y la puerta del armario estaba semiabierta. Vi que no había nada. Pensé que Sylvie había empezado a hacer las maletas. ¡Que idiota soy!
- Sí. Lo eres. Pero no estamos juzgando eso. Sigue.
-Me levanté, me duché, me vestí y fue cuando me di cuenta de que había recogido su ropa, no la mía. Además no había maletas. Ninguna, ni para mi. Empecé a ponerme nervioso y solo me venía a la mente tu frase... no sé como te puedes fíar. 
Abrí la puerta de la habitación. En la salita no había nada. Todo estaba impecable. Encima de la mesa, delante del sofá había un sobre.
- Ya veo que también te lo ha hecho.
- ¿El qué?
- Te dejó una nota. Como a los otros hombres. ¿Qué te ponía?
- Me ponía que lo sentía. Que ella necesitaba volar, pues era un espíritu libre y que tu presencia solo había hecho que aquello se terminara más deprisa. Después ponía algo sobre que había pagado la cuenta del hotel - Alberto miraba a la mesa. Estaba abatido, avergonzado y le costaba contarme la última parte. - No entendía como la había pagado si yo administraba el dinero. Entonces me acordé de algo. Yo conocía a la mujer con la que cenamos. Me la encontré en el banco donde teníamos nuestro dinero.
- Cuando dices nuestro, te refieres ¿a vosotros?
- No. Me refiero a tí y a mi. Me refiero a tu indemnización. Cuando llegamos aquí abrí una cuenta, pero era solo mía. Ella no tenía voz ni voto. Solo le hacía pequeñas transferencias para sus compras diarias. No sé como - empezó a moverse en la silla, estaba en la fase de la desesperación y de no entender lo que pasaba - pero se compincharon y me lo han robado todo. 
- Ya... - quiero ser sincera. Aunque me molestaba perder el dinero, me encantaba verle así. Pero la guinda del pastel no fue esa. - ¿Te ha dejado algo?
- Sí. Cuando vi la nota entré en mi cuenta bancaria, desde el ordenador de la habitación. Antes de tirarlo al suelo y romperlo, vi que mi saldo actual era de 10€

3 comentarios:

  1. ¡¡¡Brava!!!

    Me encanta la última parte; Justícia poética con fondo económico: 10€.(Le llega para una T-10 hehehehe).

    Bueno, no solo me encanta la última parte me encanta el capítulo de hoy y los 11 anteriores.

    ¡Felicidades escritora!

    A seguir así, que no decaiga la
    escritura.

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  2. Toma que toma! Y le sobran 0.75€ de la T-10 para una baguette.
    Muy bien Maripatri, queremos nueva historia! Mua :)

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  3. Justicia kármica, le llamo yo a eso...

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